Este autor modernista de armas tomar (en el sentido más literal) de la generación del 98 tuvo una relación difícil y conflictiva con libreros y editoriales.
Don Ramón María del Valle-Inclán, renombrado dramaturgo, poeta y novelista, de vida bohemia, larga barba, y manco, no pasaba desapercibido ni por su aspecto ni por su actitud.
Asiduo a las tertulias de la época en los cafés madrileños, se dio a conocer, a un tiempo, por su culto a la literatura, por satirizar amargamente sobre la sociedad española de la época y por su ingenio. Entre su ceceo, su peculiar acento y su indumentaria (capa, chalina, sombrero y polainas blancas), este particular dandi hacía gala de su independencia ideológica y su fuerte carácter, monopolizaba conversaciones y destruía reputaciones, y no soportaba interrupción alguna.
A la hora de publicar su genial obra, el extravagante autor no confiaba en editoriales y libreros, de los cuales decía que tenían un concepto del comercio “pacato, ruin y misérrimo”. Así que siguió este método de autoedición (¡atentos autores!).
Valle-Inclán compraba el papel que luego suministraba a la imprenta. Enviaba los originales y él mismo cuidaba y supervisaba la edición y la encuadernación. Una vez acabada la obra, contactaba con editores y libreros, a los que vendía los ejemplares. Así que estos solo vendían o distribuían la obra hasta que se acababan los ejemplares. Por supuesto, no tenían derecho a una nueva edición, que era negociada, o bien con ellos, o bien con otros editores.
Así que ya sabes: para muchos autores autopublicar es sinónimo de libertad editorial; como lo era para Valle-Inclán.
Y tú, autor, ¿seguirías el método empleado por el autor de “Luces de bohemia”? ¿O piensas que es un “esperpento”?